Umbral

El fuego nace del combustible que hace la balanza
Los mándalas llenas las copas de los suelos
Miles de ouroboros esparcen sus anillos al carnaval de luces
La flor de oro abre sus pétalos al caduceo de Hermes
y los hornos solar y lunar vierten sus fluidos dándole forma al cuerno del unicornio.

Todo le fue revelado como un todo
En mil movimientos de ojo por segundo.

Todo salió mal. Estaba pasado el incienso, no pudo visualizar los pentagramas que en el aire había trazado, y la mujer que el conjuro había pedido, salía despavorida pensado para sus adentros el porqué había sido contratada para cumplir con fantasías en extremo liberales comparadas con las que estaba acostumbrada a satisfacer cada noche y después de la universidad, y por las cuales cobraba sumas considerables de dinero que le ayudaban a pagar los caprichos que no necesitaba. Por supuesto no hubo retribución por sus servicios, aunque se enteró, mientras se alejaba y gracias a los alaridos de su cliente, lo mucho que su esencia distaba de entregar la energía que el cristal demandaba para reproducir el brote esperado. Y aunque nada había entendido, si sabía que él tampoco nadaba en la elocuencia de lo sublime y si por el contrario poseía un ego hinchado que se jactaba de balbucear los secretos de este tiempo a todo aquel que se le atravesara.

No salió humillada, por el contrario se fue regocijada de imaginárselo recogiendo la maraña de cúmulos y desperdicios que se esparcían por la casa. Espectros mal formados, fumarolas desordenadas, vestigios de vórtices por los cuales solo brotaba una baba espesa y carnuda con olor putrefacto que producía somnolencia y nauseas instantáneas a todo aquel que se acercara.
Y es que en efecto el ambiente en la casa estaba denso. Además aquellos olores pútridos se mezclaban con un perfume que solo es percibido en las discotecas más elegantes de la ciudad y a las cuales el nunca había entrado por parecerle demasiado rutilantes.

¿Pero quién le había mandado a mezclarse con prostitutas de clase alta para estos menesteres? Se iba preguntando, tambaleándose, tosiendo y escupiendo de lado a lado su estupidez mientras el desorden limpiaba, con dureza en la mirada. Eso sí de tanto en tanto se pasaba por el espejo que colgaba en el centro de la sala y se contemplaba como un gran benefactor. Muequeaba, se erguía, se miraba de un lado, del otro, y practicaba a todo pulmón el fallido lenguaje gutural que rechinaba con las corroídas grietas de aquel lugar robado. No contento volvía a conectarse con el instante y mordisqueaba cada detalle de aquel ritual nefasto que había frustrado, y gracias a una mujer, la ruptura con su entorno. De golpe empezó a sentirse muy mareado debido a la mezcla de olores que dominaban el recinto y súbitamente cayó narcotizado e inconsciente sobre el piso.

Ella en cambio de pronto se vio a sí misma en un espacio ajeno que no conocía. Andaba en círculos sobre un campo de acción de tan solo algunos pocos metros a la redonda y luego de algunos instantes, empezó a sentirse como atrapada en un ataúd bajo la tierra. Eso sí continuamente llegaban a su alma los estallidos de las voces de ese hombre que había robado algo que no imaginaba y que la tenía enganchada ahora en su propio sueño. Gritaba horrorizada mientras lo observaba tirado, dormido y convulsionando sobre las baldosas. No entendía, pero si veía como entraban y salían las imágenes terroríficas que aquel hombre proyectaba desde su subconsciente.
Pronto se percató que estaba presa en el sueño de aquel sujeto y que si este despertaba, ella desaparecería. Todo se trataba ahora de existir, y pensó que tal vez si ya pertenecía al mundo de los sueños, probablemente podría cambiar de durmiente y así salir de ese infernal estado.

Él solo soñaba con la silueta de aquella mujer proyectándose por toda su existencia. Sentía como amenazaba su cordura, atemorizaba su paciencia y rumiaba en su razón. Tan solo quería salir de esa pesadilla y terminar con la vida de esa vagabunda que esperaba y esperaba a que alguien apareciera y continuara con el sueño y le permitiera sobrevivir.

No llegaba nadie y su zozobra comenzó a aumentar a un límite despiadado hasta el punto en que ya sumergida en la angustia y exasperada, decidió hacer algo que nunca había hecho, algo que no había pensado poder quitar. La vida misma.
Pobre, se encontraba sumergida en la demencia y estaba dispuesta a asesinar solo por mantener ese sueño de una vez por todas y para siempre. Pero no sabía cómo y no pasaba nadie. Tenía al hombre dormido, pero cualquier acto contra él, haría que su propia supervivencia física lo despertara. Sabía que no podía hacer nada que alterara el censor que separa la realidad consensuada con la onírica y decidió escanear con su mirada el lugar en busca de vida para terminarla. Lo que fuese, cualquier cosa. No vio nada y llevó la mano a su propio pelo y arrancó uno de sus cabellos y lo ahogó con su saliva. No supo cuántas células mató, pero si supo que cada una poseía un mínimo de conciencia, un mínimo de sueño que podía aprovechar antes de que este partiera hacia otro universo cuántico.

Ya quedaba poco tiempo. El hombre luchaba a toda costa por despertar y ella ya se había quitado todo el pelo de su cabeza y de su cuerpo. Necesitaba otro organismo, uno más grande, uno que tuviera un sueño eterno más duradero, pero nada, seguía sola sumergida en el surrealismo atómico y continuaba matando y matando a sus propias células y al por mayor. Se arrancaba las uñas de sus manos y sus pies, empezaba a despellejar aquellas yagas que su cuerpo había comenzado a acumular. Comenzaba a esfumarse, a evaporarse.
Ya no tenía piel. Sus ojos, sus dientes, los había desaparecido, su lengua la había desintegrado. Había triturado los huesos de sus extremidades, de su torso, de su cráneo.
Ya estaba desvanecida y pulverizada, cuando todo el lugar repentinamente empezó a colmarse de sus cenizas que se esparcían por el aire, luego de que aquel hombre expulsara un demencial estornudo que lo había hecho despertar.

Por: Naxas Narat

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